Llegaba tarde. Iba tan rápido como podía, pero ya era tarde. Las puertas del infierno ya estaban cerradas. Todos los demonios inferiores como yo tenemos que estar la noche del 24 de diciembre, y todo el día 25 en el Averno. Si me pillara mi superior tendría que limpiar la caja de Cerbero durante 120 años. Pero qué podía hacer. Tenía un humano bastante entretenido al que tentar, y a un ángel de la guarda muy cateto al que vencer. Me había retrasado.
Me sentía perdido. La Tierra parecía otro mundo. ¿Qué es?, me preguntaba. Qué impredecibles eran los humanos. Ayer teníamos a la humanidad en nuestro poder pero esta noche era diferente. Hay algo que va mal. ¿Quén canta sin parar? Las calles están llenas, todos ríen sin parar. Parecen hasta felices. Creo que empiezo a sentir un poco de calor en mi interior. ¡Bah! Vacía la cabeza de maloe pensamientos -me decía a mí mismo-. De lo contario voy a vomitar.
¡Lo que faltaba! Familias destrozadas, ahora reunidas contando cuentos mientras comen el turrón. ¡Qué horror! No hay gritos por las calles, sólo coros celestiales. ¿Dónde estoy? ¿Qué hay debajo del árbol que tiene dentro de casa? ¿Qué es aquella cueva donde todas las figuritas parecen adorar a un bebé? Siento amor, calor y estoy mucho mejor. ¡Ja! Antes muerto que reconocerlo. Aunque me pica la curiosidad.
-Si quieres, puedo contestar a tus preguntas -dijo una voz a mis espaldas.
Aunque hubiese fulminado a cualquiera, ese hombre me inspiró confianza.
-¿Por qué ibas a hacerlo? -pregunté receloso.
-Porque hoy es mi cumpleaños -me respondió. Y a la vez me tendió la mano.
Le seguí. Y esta es la historia de cómo se me cayeron los cuernos, me salió una aureola, cambié de empleo, de vida, y abrí los ojos.
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