UN MINUTO DE TEOZOOLOGÍA
(Navidad)
(Navidad)
A D. Joaquín Antonio Peñalosa,
ahora más vivo. Ora pro nobis.
El Ángel del Señor le interrumpió a María
la costura rezada, y en nombre de Dios Hijo
solicitó su ayuda para la Redención.
Ella dijo “Sí, quiero” (como se ve en Fra Angelico)
y aquel sí de la niña inauguraba el Cielo.
Pero también José –un alma de agua fresca
oculta tras los callos y los golpes de escoplo–
tuvo su parte en esto. ¿Qué hubiera sucedido
si, atontado y confuso como estaba, no hubiera
preferido la voz de un ángel –¡y soñado!–
a la experiencia, el buen sentido, etcétera,
como todos nosotros?
Dios no hubiera nacido
en el establo. Punto.
Pero, con mi respeto
para la Teología, aquí no acaba todo;
aquí falta un minuto de lo que se debiera,
con todo mi respeto, llamar Teozoología.
Sí, que al buey y a la mula que allí estaban, oscuros,
alguien debió de darles también algún aviso,
pues ya veis –caso raro de veras– que, en lugar
de alborotarse trompicando en la penumbra,
todo pezuñas, costaladas y bufidos,
ante aquella invasión de su tibio descanso,
se quedaron echados, rindieron los testuces
y con algo que era casi amor, enfocaron
el vaho de sus morros hacia aquel puñadito
de carne sonrosada y llorona.
aquí falta un minuto de lo que se debiera,
con todo mi respeto, llamar Teozoología.
Sí, que al buey y a la mula que allí estaban, oscuros,
alguien debió de darles también algún aviso,
pues ya veis –caso raro de veras– que, en lugar
de alborotarse trompicando en la penumbra,
todo pezuñas, costaladas y bufidos,
ante aquella invasión de su tibio descanso,
se quedaron echados, rindieron los testuces
y con algo que era casi amor, enfocaron
el vaho de sus morros hacia aquel puñadito
de carne sonrosada y llorona.
Si pienso
qué hubiera sucedido si a Dios aquella noche
le faltara aquel aliento, que fue como una manta
de ternura gaseosa; lo distinta que pudo
haber sido la vida de los hombres,
le faltara aquel aliento, que fue como una manta
de ternura gaseosa; lo distinta que pudo
haber sido la vida de los hombres,
concluyo
que la mula y el buey –benditos para siempre
ellos y sus estirpes–, a su modo, sabían
lo que estaban haciendo. Lo que estaba naciendo.
ellos y sus estirpes–, a su modo, sabían
lo que estaban haciendo. Lo que estaba naciendo.
Miguel d’Ors. Sol de noviembre
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